sábado, 12 de mayo de 2012

Capítulo 14: El legendario Cañón Cosmo


Capítulo XIV
EL LEGENDARIO CAÑÓN COSMO
Eduardo se encontraba de nuevo en la entrada a las ruinas de una ciudad fantasma. La reconoció enseguida y supo que ya había estado ahí antes, en un sueño. No dejaba de recordar que estaba en un desierto a punto de morir, y se preguntaba a sí mismo continuamente cómo había llegado allí. Pensó que quizá ya estaba muerto y aquel lugar era el portal de entrada al otro mundo, si es que lo había.
Mientras pensaba por dónde empezar a andar, sus ojos volvieron la mirada a un rayo de luz proveniente un poco más lejos. Se sorprendió al recordar que la otra vez que visitó aquel lugar también surgió una misteriosa luz, y se quedó sin palabras al comprobar que también provenía del centro de la ciudad. Le vino de nuevo esa sensación de miedo y terror, y corrió siguiendo el mismo camino por entre las calles de aquella ciudad en ruinas que había recorrido en sueños tiempo atrás.
Encontró, como imaginaba, el parque central de la ciudad, florecido, lleno de vida y color. En el centro de aquella belleza de fuentes, manantiales y cataratas de agua pura se encontraba Marina, subida en una pequeña plataforma superior. La chica rezaba aparentemente tranquila y de rodillas, con los ojos cerrados.
Eduardo recordó en ese entonces lo que a continuación ocurría en su sueño. Preocupado, observó por los alrededores buscando indicios malignos, y suspiró al ver que tras un par de segundos no sucedía nada.
Sin embargo, su tranquilidad se esfumó al comprobar con sus propios ojos que apareció un agujero de oscuridad frente a las escaleras que comunicaban con la plataforma. Tal y como recordaba, Asbel surgió del agujero oscuro vestido de negro y armado siniestramente con su gran espada hacha.
El chico hizo aparecer mágicamente la llave espada en su mano y corrió al ver que el espadachín de negro caminaba lentamente por las escaleras directo a Marina. Ya había visto lo que iba a hacer una vez, y no estaba dispuesto a permitir que volviera a ocurrir. Eduardo gritaba el nombre de su amiga para avisarla y decirle que huyera, pero ésta parecía no oírle. Estaba tan concentrada en su oración que permanecía ajena al peligro que le esperaba.
En aquella ocasión, el joven logró alcanzar a Asbel cuando llegó a la plataforma, y le atacó desprevenido por detrás con la llave espada. Sorprendido y sin palabras, el espadachín de negro bloqueó su ataque con su arma sin ni siquiera darse la vuelta. Dándole la espalda al chico, una poderosa fuerza que no había visto hasta ahora empujó a Eduardo y lo lanzó por los aires hasta acabar rodando por el suelo un poco más lejos.
El chico se levantó con esfuerzo y vio horrorizado nuevamente cómo su antiguo mentor de la esgrima atravesaba con su espada el estómago de la maga:
- ¡¡Marina!!- gritó Eduardo.
Ya era demasiado tarde. Al igual que la última vez, había fallado tratando de salvar a su amiga. No podía hacer nada frente al nuevo y oscuro poder de Asbel, que retiró su arma ensangrentada del cuerpo inerte de la maga, que cayó al suelo sin vida.
Llenó de rabia, el chico se puso en guardia con la llave espada en la mano, dispuesto a luchar contra el espadachín. No podía quedarse de brazos cruzados ante lo que acaba de hacer Asbel, y tampoco podía perdonarle por sus actos.
Su antiguo mentor dio media vuelta y le dirigió la mirada con sus ojos fríos y oscuros. Eduardo no lo dudó más. Estuvo a punto de dar el primer paso para correr a atacar a su enemigo cuando de repente apareció otra persona a su lado, que corrió directo hacia Asbel:
- ¿¡Jack!?- preguntó el chico, perplejo.
No le quedaban dudas, realmente era su amigo el mago, el mismo que le había salvado la vida a él y a Erika en la Tierra. Aquella vez tenía algo diferente. Su mirada llena de rabia y furia guiaba sus movimientos agresivos e impulsivos, algo poco frecuente en él:
- ¡¡Espera, Jack…no lo hagas!!- exclamó el joven.
Pero ya era demasiado tarde. El mago corría directamente hacia Asbel mientras empuñaba su bastón mágico para atacar al espadachín oscuro. La batalla final entre los dos eternos rivales era ya inevitable y estaba a punto de comenzar:
- ¡¡Parad, por favor…!!- gritaba Eduardo- ¡¡Ya basta!!
Antes de que los dos llegaran a colisionar en un duro enfrentamiento, el espacio se distorsionó y todo comenzó a dar vueltas. El chico recordó que pasó lo mismo la última vez justo en ese momento. En medio de la confusión, deseando que aquello fuera una pesadilla, cerró los ojos mientras todo a su alrededor se volvía negro hasta convertirse en la más profunda oscuridad.

En ese momento en que no veía nada, una misteriosa y cálida voz le habló diciendo:
- Escúchame, joven elegido de la llave espada…todavía no ha llegado tu hora, no puedes morir aquí. Debes salvar este mundo junto a la elegida de la vara mágica.
- ¿Quién…eres?- preguntó el chico, con esfuerzo y delirando.
- Sólo cuando lo hayas hecho, el destino decidirá tu muerte…hasta entonces, debes permanecer con vida.
El joven no podía pronunciar palabra. Se encontraba muy cansado y exhausto. La voz que le hablaba le dijo con eco en sus últimas palabras:
- Despierta, Eduardo…despierta…

El chico abrió poco a poco los ojos. Estaba tumbado en una especie de cama de hojas. Observó con los ojos cansados y pesados la estancia en la que se encontraba. Le resultó curioso observar que estaba en una pequeña cueva iluminada por diminutos agujeros de la parte superior por los que entraba la luz del sol:
- ¿Dónde…estoy?- balbuceó delirando- ¿Qué ha…pasado?
Al girar la cabeza lentamente vio a alguien conocido al otro lado de la habitación. Un perro sentado a espaldas suyas miraba pacientemente por la ventana. No tardó en reconocer su silueta:
- ¿Rex?
Éste se giró y su rostro sonrió al ver despertar al chico. Exclamó de furor:
- ¡Eduardo, estás bien, qué alegría!
- ¿Dónde estamos?
El perro sonrió de nuevo diciendo:
- Estamos a salvo en mi hogar, mi pueblo natal.
- ¿Quieres decir qué…?
Rex asintió con la cabeza:
- Sí, hemos llegado al Cañón Cosmo.
El chico se sorprendió al oír aquello. Después de todo lo que habían pasado, no podía creérselo. Creía que se trataba de otra de las tantas ilusiones que había visto mientras vagaba por el desierto de Geonyria. Tras palparse con las manos la cara y el torso, y el hocico del can a su lado para asegurarse, sonrió de oreja a oreja y supo que no era un sueño. Realmente estaba a salvo.
Tenía ganas de gritar y saltar de alegría, y de contarles a sus amigos todo por lo que había pasado. En ese mismo instante se acordó de los dos magos:
- ¡Espera! ¿Y los demás?- preguntó de repente, preocupado.
- Tranquilo, están bien- respondió Rex- un poco agotados por el viaje, pero de una pieza.
En ese momento aparecieron por la entrada de la pequeña cueva Jack y Marina, quienes también se alegraron de ver al joven despierto:
- ¡Ya era hora, hombre!- exclamó Jack.
- Al fin despiertas, dormilón- sonrió Marina- llevas durmiendo más de tres días. Pensábamos que no saldrías de ésta.
Eduardo sonrió feliz al ver que sus amigos seguían vivos. Suspiró aliviado sabiendo que, a pesar de soportar los peligros de Geonyria, habían logrado atravesar el desierto y llegar a su objetivo.
Su felicidad duró poco al sentir que aún faltaba alguien. Pálido al recordar a esa persona y lo mucho que había sufrido durante su compañía, preguntó bastante preocupado:
- ¡Esperad! ¿¡Dónde está Erika!?
Todos bajaron sus rostros, con el semblante oscuro. Aquello hizo que el chico palideciera todavía más, hasta ver el miedo reflejado en su cara. Tembló al pensar que no habían encontrado a su amiga en el desierto, o quizá algo peor:
- Sigue durmiendo en otra habitación- contestó la maga- su estado es más grave que el tuyo, y los curanderos de esta aldea aún no saben si se recuperará.
- ¿¡Qué!?- exclamó Eduardo, perplejo- ¡no puede ser, tengo que verla!
El joven trato de levantarse, pero un fuerte dolor le hizo quejarse impidiéndole el movimiento:
- ¿¡Eduardo, qué haces!?- le reprochó Jack- ¡Todavía no estás en condiciones de levantarte!
- ¡Me da igual!- decía mientras se retorcía de dolor- ¡no puedo quedarme…!
- ¡¡Sí que puedes!!- alzó una voz desconocida de repente.
Por la entrada de la estancia apareció un nuevo perro que se parecía mucho a Rex. Sin embargo al contrario que éste, el nuevo can aparentaba ser más anciano que él:
- ¡Maestro Bugen!- exclamó Rex.
- ¡Madre mía, qué impacientes son los jóvenes de hoy en día!- se quejó el perro anciano caminando hacia ellos- ¡Hacen todo lo que quieren sin importarles su salud!
- ¡Usted no lo entiende!- dijo el chico- ¡Erika corre peligro y no sabemos si sobrevivirá…debemos ir con ella!
El anciano lo miró y le dijo seriamente:
- Dime, muchacho...cuando llegues a su lado, ¿detendrás el veneno? ¿Crees que podrás salvarla?
Eduardo calló de repente al oír las palabras del perro. Supo que tenía razón, no contaba con ningún antídoto ni magia curativa para sanar enfermedades. El anciano can, tras ver que el chico se había calmado, suspiró y comenzó a decir:
- El veneno de los escorpiones del desierto de Geonyria no es un veneno cualquiera. Hay pocos antídotos que curan esta grave enfermedad, y sus efectos mortales acaban enseguida con todo lo que infecta- y luego añadió bastante sorprendido- me sorprende que tu amiga siga con vida después de varios días infectada con el veneno…debo ser sincero, ya que nunca había visto un caso igual.
En ese momento se acercó a Eduardo y puso una de sus patas en su frente. Ésta comenzó a brillar rodeada de una pequeña aura verde que la cubría, y el chico repentinamente sintió que el dolor se iba poco a poco. Lo estaba recuperando con la magia cura:
- Eres un joven muy valiente, chico. No hay muchas personas en el mundo que se atreven a enfrentarse a esos monstruos del desierto. Ni siquiera los valientes guerreros de nuestra aldea osan desafiar a un escorpión de Geonyria.
Eduardo miraba al anciano sorprendido mientras lo curaba:
- Sin embargo, podrías haber muerto. De hecho, casi lo estabas cuando te encontramos ¿sabes? Pasábamos por el desierto con la partida de caza cuando te vimos a ti y a Erika inconscientes en la arena, a merced de una de esas criaturas. Si hubiera sido uno sólo de nosotros no se nos hubiera ocurrido luchar siquiera contra el escorpión, pero tuvisteis suerte de que fuéramos un numeroso grupo de caza. Somos demasiado generosos y no podíamos dejar que murierais, así que enfrentamos al monstruo con fuego y os salvamos de una muerte segura.
Jack, Marina y Rex tampoco dejaban de prestar atención al perro de Kengo:
- Poco después encontramos a tus tres amigos, aquí presentes, y os llevamos con nosotros a la aldea- explicó el anciano- desde entonces, llevas dormido un par de días en este lugar. Creíamos que no despertarías nunca.
En ese momento intervino Rex:
- Maestro, ¿no deberías presentarte como es debido?
- ¡Tienes razón, qué cabeza la mía!- sonrió el otro perro- me llamo Bugen y soy el anciano sabio líder de la aldea de Kengo…- miró al chico, al que le quitó la pata de la frente y le dejó espacio- ¿y tú cómo te llamas, joven?
- Eduardo- respondió él, totalmente recuperado.
- Imagino que querrás ir a ver a Erika, ¿cierto?- preguntó Bugen.
- Más que nada en estos momentos.
- Bien, seguidme todos- indicó el anciano can- os llevaré hasta ella.
Eduardo se levantó con increíble facilidad. No podía creer la capacidad curativa de Bugen, que lo había sanado por completo en apenas unos minutos:
- Muchas gracias, Bugen- dijo él, agradecido.

El grupo salió de la pequeña cueva siguiendo al anciano, y caminaron por unos pasillos rocosos naturales. Al fijarse en las paredes, Eduardo pudo comprobar que realmente se trataban de rocas volcánicas por diferentes capas. Se sorprendió bastante al mirar por las ventanas y espacios el inmenso paisaje rocoso que los rodeaba. A lo lejos podía verse los confines desérticos de Geonyria, e imaginó que se encontraban en el Cañón Cosmo. Toda aquella estructura se había formado de manera natural por la erosión del lugar, dando lugar a una sorprendente casa montaña en la que vivía la tribu canina de Kengo.

No tardaron en llegar a una nueva entrada, en la que en el centro de la estancia estaba Erika acostada en otra cama de hojas. A su lado la acompañaba otro perro igual a Rex y Bugen, que la atendía. Era mucho más joven que el anciano, más o menos de la edad de Rex. Éste se alteró repentinamente, y al ver al otro can, dijo preocupado:
- ¡Maestro Bugen, la salud de la chica humana empeora!- exclamó- le está subiendo mucho la fiebre, más que los otros días, y su pulso cada vez es más débil.
Los demás también se alteraron al oír aquello. Corrieron a acercarse a la chica y Bugen se puso junto a ella:
- He intentado usar mi magia curativa, pero no consigo que baje la fiebre- explicó el nuevo perro- por eso le he colocado hierbas medicinales en la herida, para calmar un poco el dolor.
Tras analizar y verificar la situación, el anciano dijo también preocupado:
- Es terrible…el veneno de escorpión corre rápidamente por sus venas, y se encuentra en estado crítico. No sobrevivirá mucho tiempo más.
- ¿Qué quieres decir, Bugen?- preguntó Jack- ¿de verdad Erika va a…?
La salud de la chica empeoraba por momentos. Empezaba a quejarse y no podía soportar el intenso dolor que sentía por todo su cuerpo. El anciano can, tras ver la situación de la joven y pensarlo durante unos segundos, no lo dudó más. Sabía que no le quedaba mucho tiempo:
- Llegados a este punto, no me queda más remedio que usar la magia curativa más poderosa de todas.
Bugen puso sus patas sobre la joven y conjuró las palabras de un hechizo mágico curativo. Centrándose en la herida de su pierna derecha como origen del veneno, pronunció unas palabras en un extraño lenguaje antiquísimo para conjurar el hechizo mágico. Visiblemente pareció dar resultado, ya que Erika se calmó un poco durante unos segundos.
Sin embargo el dolor volvió, y parecía más intenso que antes. Bugen puso rápidamente una pata en la herida y la otra en la frente de Erika. Repitió el mismo proceso que había usado con el chico, pero diciendo extrañas palabras que sólo los antiguos ancestros de la tribu Kengo sabían.
Eduardo observaba la operación sin palabras. Su corazón se situaba entre dos latidos al ver a su amiga sufriendo por la enfermedad, y deseaba con todas sus fuerzas que se recuperara. El joven se quedó perplejo al ver a Bugen resplandecer con todo su cuerpo de verde, con los ojos cerrados. Diminutas estrellas brillantes del mismo color se desprendieron del cuerpo del perro y fueron a parar a la chica, a la que tras unos minutos de profunda tensión, se calmaba mientras volvía poco a poco a la normalidad. Los demás observaron que la macha negra que tenía la herida de Erika desapareció sin dejar rastro. El veneno y la fiebre habían desaparecido del cuerpo de la joven, la cual se calmó completamente y dejó de sentir dolor.
Tras finalizar la operación, Bugen dejó de brillar de verde. Apartó sus patas de Erika y miró a su aprendiz de médico diciendo:
- Lo has hecho muy bien, Koren…algún día serás un gran médico de Kengo…y salvarás a todos los que atiendas.
- Gracias, Maestro Bugen- dijo agradecido el perro.
Los demás se acercaron a Erika, preocupados. Viendo que no despertaba, pensaron que la magia del anciano no había dado resultado. Sin embargo, se alegraron al observar que la chica abría poco a poco los ojos. Con los ojos llenos de lágrimas, todos sonrieron alegremente mientras la abrazaban. Se había salvado milagrosamente de una muerte segura.

Después de varios segundos de descanso, la joven se levantó de la cama de hojas, y acudió a agradecer al anciano can su ayuda, sin la cual en aquellos momentos no estaría viva. Tras presentarse ambos, ella le dijo:
- Muchas gracias, Bugen. De no ser por ti, ahora mismo no estaría aquí.
- No hay de qué, Erika- sonrió a su vez el perro- no podía dejar morir a la elegida de la vara mágica.
Todos se sorprendieron al oír aquello. Perpleja, la chica preguntó:
- ¿Cómo sabes que soy yo?
- Puede que mis ojos no lo perciban, pero mi olfato nunca me engaña…- sonrió Bugen, que después miró a Eduardo- e imagino que tú debes de ser el elegido de la llave espada.
El chico asintió con la cabeza, y el anciano perro les dijo a los dos jóvenes:
- Desde que os vi a ambos, supe que erais los elegidos de la profecía.
- Pero sigo sin entenderlo…- dijo Eduardo, confuso- ¿cómo lo sabes?
- Digamos que…lo sé todo- sonrió Bugen pícaramente, que luego se dio la vuelta y les indicó que le siguieran- ahora, si sois tan amables, tengo que enseñaros una cosa.

Sin oposición a su petición, todo el grupo siguió al anciano can, que les llevó fuera de la estancia y salieron al exterior de la montaña rocosa. Eduardo se tapó los ojos con la mano para proteger su vista de la cegadora luz del sol que los iluminaba. Tras adaptarse a la claridad del ambiente, bajó su mano y contempló asombrado con una sonrisa de oreja a oreja a un montón de seres iguales a Rex y Bugen. Había muchos perros reunidos en pequeños grupos alrededor del gran lugar del Cañón Cosmo. Algunos conversaban entre ellos, otros se tumbaban para tomar el sol, y muchos cachorros jugaban correteando en la plaza central vigilados por sus padres un poco más lejos.
El chico observaba toda la aldea canina de Kengo asombrado y feliz. Jamás hubiera imaginado que existieran poblaciones así, todo le parecía demasiado mágico e increíble:
- ¿Y aquí sólo viven perros?- preguntó Jack por curiosidad.
- Así es- afirmó el anciano mientras caminaban- creo que sois los primeros seres humanos que visitáis esta pacífica aldea.
Se dieron cuenta de que Bugen tenía razón ya que por donde pasaban, los demás perros de Kengo no podían evitar girar la cabeza. Los miraban con asombro y perplejidad. Parecía que nunca antes habían visto humanos en su vida:
- ¿Creen que somos peligrosos?- preguntó Marina al ver a más de uno alejarse de ellos.
- Tienen miedo…es normal cuando ven o sienten algo que desconocen.
- ¿Y a qué se debe eso?- dijo Erika andando detrás de Bugen.
- Verás…es que los humanos os habéis ganado una reputación en esta aldea, y no precisamente buena que digamos.
- ¿Qué quieres decir?- preguntó Eduardo.
- Debido a la ambición de los seres humanos por conseguir el más preciado tesoro del Cañón Cosmo, los perros de Kengo han desarrollado un sentimiento de terror y odio hacia ellos. Esa es la razón por la que os tienen miedo.
- ¿Tesoro?- indicó Jack- ¿Qué tesoro?
- ¿Es que nunca habéis oído hablar de la leyenda del Cañón Cosmo?- preguntó Bugen sorprendido.
Ante las negaciones con la cabeza de los miembros del grupo, el anciano can suspiró y comenzó a decir:
- Hace muchísimos años, antes de que se formaran las primeras civilizaciones de Limaria, uno de nuestros ancestrales antepasados caninos fundó la aldea de Kengo, en este mismo cañón al que bautizó con el nombre de Cosmo. Tradicionalmente siempre se le recuerda como el perro Kengo más poderoso de la historia de nuestra especie, pues llevaba consigo la fuerza de una de las criaturas más poderosas del planeta. Un aliado que residía en una pequeña esfera roja y que ardía en llamas a su alrededor. Lo controlaba como si fuera parte de su ser, y con su fuego arrasaba todo a su paso.
- ¡Espere!- exclamó Jack, perplejo- ¿Se refiere al guardián de la fuerza Ifrit, el espíritu demoniaco del fuego?
Bugen asintió con la cabeza:
- Veo que estáis al tanto del tema, supongo que sobran las explicaciones al respecto.
El anciano continuó hablando mientras decía:
- Con el paso del tiempo, cuando murió el fundador de Kengo, la esfera del G.F desapareció misteriosamente y sin dejar rastro. Nadie conoce el paradero de su esfera en la actualidad. Se dice que el espíritu ardiente de Ifrit continúa vivo en este lugar, y que lo protege de los peligros del exterior.
- Es una analogía con el desierto de Geonyria, ¿verdad?- comentó pensativa Marina- el calor y las trampas mortales de estas tierras representan a Ifrit, que protege a los aldeanos Kengo.
- Has acertado- afirmó el can- por fortuna Geonyria es nuestra barrera de protección ante los numerosos humanos que han intentado llegar a este lugar, en busca de la esfera de invocación de Ifrit. Piensan que la tenemos nosotros escondida en el Cañón Cosmo, y por eso la consideran el mayor de los tesoros del desierto de Limaria. Muchos ahí fuera consideran el Cañón Cosmo como un lugar ancestral y legendario, lleno de míticas y fantásticas leyendas relacionadas con el guardián de la fuerza.
- Vaya, no sabía nada de esa leyenda…- dijo Erika sorprendida, que luego añadió con firmeza- por nosotros no os tenéis que preocupar, que no pensamos robaros ni tampoco hemos venido en busca de ningún tesoro.
El anciano Bugen sonrió diciendo:
- Lo sé, de lo contrario no estaríais aquí, ¿no crees?
En ese momento intervino Rex, que le dijo al otro perro:
- Maestro Bugen, ¿no se olvida de algo?
- ¡Ah sí, ya me olvidaba…qué cabeza la mía!- exclamó el can- la leyenda no acaba ahí, ni mucho menos.
- ¿Cómo?- preguntó Eduardo, confuso- ¿Es que hay más?
- Surgió como última voluntad del fundador de la aldea, y está escrito en una de las paredes del Cañón Cosmo por su propia pata. Dice así que algún día, en un futuro bien lejano o cercano, aparecerá un perro de la tribu de Kengo, que logrará encontrar la esfera del G.F y será el elegido para controlar el espíritu de fuego de Ifrit. Ese perro es el que traerá la paz y armonía próspera del resto de futuras generaciones Kengo.
- ¡Es increíble! - dijo Eduardo con asombro- ese perro seguramente será todo un prodigio en su especie.
- Estoy de acuerdo contigo, joven- dijo el anciano Bugen- sin duda, sería digno de honor tener a esa leyenda como líder de la manada Kengo. Mis padres y abuelos me contaban esa historia, que se transmite de generación en generación en esta aldea. Llevo soñando con conocer a ese perro desde que tengo uso de razón, y es el sueño de mi vida.
En ese momento bajó la cabeza y suspiró diciendo:
- Pero puede que ese elegido del poder de fuego aparezca dentro de aún muchos años, cuando ya no viva. Dentro de poco tendré que jubilarme para dejar el puesto de líder Kengo a otro, y todavía no tengo claro quién es el más adecuado para serlo.
- No digas eso, Bugen- intentó animarlo Erika- seguro que ese perro aparecerá dentro de poco tiempo, y alomejor incluso está más cerca de lo que crees. No pierdas la esperanza.
- Muchas gracias por tus palabras, jovencita- sonrió de nuevo el can- desde luego sabes cómo animar a este viejo anciano.
A partir de entonces continuaron el camino atravesando el resto de la aldea. Aún no sabían qué era exactamente lo que quería mostrarles el perro Bugen, y tampoco tardarían demasiado en saberlo.

Siguieron caminando por unas escaleras rocosas que los llevo hasta lo más alto del Cañón Cosmo, en la cual había una entrada a otra cueva. Desde allí se podía divisar toda la aldea de Kengo y en el horizonte los límites del desierto de Geonyria:
- Bienvenidos a mi humilde hogar- dijo el anciano can- no es muy grande ni cómoda, pero os aseguro que es acogedora.
Bugen los invitó a entrar y los demás aceptaron, adentrándose en ella. Caminaron por un corto pasillo hasta llegar a una nueva sala, en la que había un pequeño lago de agua cristalina en el centro de la misma:
- Esperad un momento por favor, enseguida os lo enseño.
El perro caminó hasta una palanca que había al otro lado de la sala y la accionó con los dientes. El agujero del techo por el que entraba la luz del sol se tapó con una densa capa de hojas, y la habitación en la que se encontraban quedó a oscuras.
Bugen dejó a un lado la palanca y se acercó hasta el lago del centro, en el que misteriosamente su agua brillante iluminaba la sala de diferentes tonos azules. Pronunció una serie de palabras del mismo lenguaje ancestral que había usado para recuperar a Erika, y tras unos segundos de incertidumbre, un hermoso manto de estrellas cubrió la estancia entera.
Sorprendidos y maravillados al verse rodeados e inmersos en el mapa del universo, observaban fascinados y asombrados el gigantesco sol en el centro de la sala, la vía láctea, los asteroides, las estrellas y los planetas dispersados por toda la habitación.
Eduardo contemplaba sin palabras aquel mágico mapa casi virtual, y trató de tocar con la mano un planeta, el cual atravesó como si de aire se tratara. De repente, una veloz estrella fugaz le sorprendió y sobresaltó al verla dar vueltas alrededor de él. Curioso, trató nuevamente de cogerla con las manos, pero era tan rápida que no pudo atraparla y se alejó del joven para dirigirse a la chica, un poco más lejos.
Eduardo se quedó por unos segundos atontado al ver que la estrella que perseguía fue a parar a su amiga de la infancia. Unas estrellas fugaces corrían alrededor de Erika, mientras ésta reía de felicidad intentando tocarlas con las manos. El efecto brillante de las luces, el fondo del mapa del universo y la calidez de las estrellas fugaces hacían de la escena un momento mágico que el chico no pudo evitar mirar con gran sorpresa. El corazón le latía rápidamente y supo que aquel instante quedaría grabado para siempre en su memoria.
Hipnotizado por la belleza que desprendía su amiga con las estrellas fugaces, tardó en darse cuenta que ésta lo miraba a él con una sonrisa jovial. Cuando volvió en sí, sacudió la cabeza rápidamente a ambos lados y giró su mirada, bastante colorado. Erika lo miró por un instante y sonrió cálidamente, antes de volver la mirada al anciano Bugen, que dijo en ese momento:
- Bien, a lo que íbamos…observad el sol, por favor.
Todos centraron sus miradas en la gran estrella solar. Al cabo de unos segundos de intriga, hubo una pequeña explosión en un lateral del sol, de la cual se desprendió sorprendentemente un gran trozo de asteroide. Al principio ardió en llamas, pero luego se enfrió y convirtió en un trozo rocoso aparentemente normal:
- ¿Qué es eso, Maestro Bugen?- preguntó Rex.
- Espera y lo verás- dijo sin más el anciano.
Continuaron observando a aquel asteroide corriendo lentamente por el universo, que de momento no suponía ninguna amenaza para los demás planetas del sistema solar. Sin embargo, los demás palidecieron al darse cuenta de que éste se dirigía directamente hacia un planeta muy conocido por todos:
- ¡¡Meteorito!!- exclamaron los presentes, perplejos.
- Así es…- afirmó Bugen- ese trozo de asteroide se acerca cada día más a nosotros. Limaria está sufriendo, porque sabe que se acerca su hora. Teme por su vida y la de todos los seres que habitan en ella…en ambos mundos.
- ¿Ambos mundos?- preguntó confuso Eduardo- ¿Qué quieres decir?
El grupo siguió escuchando con atención las palabras del anciano can:
- Este mundo es un universo paralelo al vuestro, al que llamáis “La Tierra”. Está firme y peligrosamente conectada a Limaria. Podemos decir que los dos mundos nacieron juntos al mismo tiempo.
- ¿¡Qué!?- exclamaron todos, sin palabras- ¿¡Es eso posible!?
Bugen asintió con la cabeza y continuó hablando:
- Desde el principio de los tiempos, ambos mundos estaban separados en diferentes dimensiones por una barrera tridimensional que impedía el contacto entre ellos. Los dioses crearon esa barrera para mantener la paz entre los dos mundos, poniendo como condición que ninguno de ellos intente destruirla. En caso de desobediencia, ellos mismos enviarán todo su poder y castigarán con la muerte a ambos mundos.
- Maestro Bugen, ¿esa es la vieja leyenda de Limaria?- preguntó Rex.
- Sí- contestó el anciano- la misma que te contaba cuando eras un cachorro.
En ese momento intervino Erika diciendo:
- ¿Quiere decir entonces que…la barrera ha sido destruida?
- Desgraciadamente sí, y aún se desconocen las razones y los medios…pero el que lo hizo nos ha condenado a todos- afirmó Bugen- como prueba de ello, Jack fue a rescataros a vuestro mundo, y vosotros ahora estáis aquí en Limaria. Ambas realidades totalmente distintas suponen un completo desequilibrio para los dos mundos, que nunca debieron encontrarse.
Fue entonces cuando Jack preguntó:
- ¿Qué pasará si Meteorito llega a Limaria?
El anciano can les indicó que observaran nuevamente al asteroide, y los demás centraron sus miradas en Meteorito. Tras unos segundos de silencio y profunda tensión, el asteroide colisionó finalmente contra el mundo de Limaria, y se produjo una gran explosión planetaria que cegó a todos.
Cuando volvieron a abrir los ojos, el miedo y el terror se reflejó en sus caras. No había ni rastro de Limaria, el planeta había desaparecido del universo.
Sin palabras para expresar el temor que sentían y viendo que habían comprendido la gravedad de la situación, el anciano Bugen susurró un par de palabras del lenguaje ancestral Kengo. De repente toda la habitación volvió a quedar a oscuras, y tras accionar el anciano nuevamente la palanca, el agujero del techo volvió a abrirse dejando iluminar la estancia rocosa con la luz del sol. Todo el lugar y sus ocupantes volvieron a la normalidad:
- Eso es lo que pasará si Meteorito llega a Limaria. La existencia tal y como la conocemos desaparecerá para siempre. Y vuestro planeta, la Tierra, lo hará con él. Ambos mundos coexisten y viven juntos, no se pueden separar…de modo que si uno desaparece, el otro también lo hará.
Eduardo y Erika no creyeron lo que oían. Acababan de comprender que si no salvaban Limaria, su mundo también sería destruido. Aquello suponía una gran responsabilidad para dos jóvenes, que perplejos y sin palabras, comenzaban a tener miedo de que fallaran. El anciano Bugen los miró a los dos:
- Sin embargo, si la profecía es cierta, los dos elegidos de la luz unirán sus fuerzas y salvarán ambos mundos de su destrucción.
Viendo que los dos jóvenes parecían tener dudas sobre sí mismos y su labor en aquella dura misión, el anciano can se acercó a ellos y les dijo con confianza en sus palabras:
- Confío plenamente en vosotros- sonrió- estoy seguro de que haréis todo lo posible en vuestras manos para salvarnos a todos. No me cabe duda.
Al cabo de unos segundos, ambos se miraron todavía confusos. No se sintieron del todo seguros hasta que Bugen les tocó las manos con su hocico y les sonrió en gesto de confianza. Los dos jóvenes sonrieron y repentinamente sintieron seguridad en sí mismos. Miraron al perro y le dieron las gracias, quien les correspondió con una sonrisa y les dijo:
- Imagino que necesitaréis descansar por el largo viaje del desierto… ¡podéis quedaros aquí esta noche, no hay ningún problema!
Los demás miembros del grupo lo miraron y, junto a Eduardo y Erika, dijeron a coro con una sonrisa:
- ¡Muchas gracias, Bugen!

Esa misma noche, la aldea de Kengo celebraba un baile en la plaza central del Cañón Cosmo, en honor a sus invitados. El anciano de la tribu les había comunicado a los demás que Jack y compañía no eran peligrosos, ni tampoco malvados. Todos los perros los habían aceptado y comprendido que, a pesar de las cosas malas que oían de los seres humanos, no todos eran tan malos como los imaginaban. En aquellos momentos bailaban alrededor de la hoguera central, representando la fuerza y resistencia del espíritu ardiente del G.F Ifrit. Con aquel baile querían transmitirles la cultura Kengo y desearles suerte a los viajeros en su larga travesía por el mundo mágico de Limaria.
Mientras Jack y Marina probaban la comida típica de la aldea Kengo rodeados de perros con los que charlaban, Erika bailaba alegre y llena de energía junto a los canes en medio de la plaza.
Eduardo observaba aquella cultura y forma de vida hasta entonces desconocida para él. Le resultaba de lo más interesante, cálida y acogedora. Había probado los más importantes platos preparados por perros de la aldea, y le sorprendió gratamente comprobar que le gustó mucho su sabor típico.
En ese momento llegó Rex, que se sentó junto al chico y observó el panorama alegre y animado de la aldea. Eduardo le comentó con una sonrisa:
- ¿Estás contento, verdad? Por fin conseguiste lo que querías.
- Sí, supongo que sí…- dijo no muy convencido.
- ¿Qué te pasa?- preguntó el chico al verlo deprimido- ¿no te alegras de volver a casa?
- Es que…pensé que durante el trayecto encontraría lo que buscaba…pero me equivoqué.
- ¿A qué te refieres?
- Llevo toda mi vida, desde que era un cachorro, con un único objetivo en mente: convertirme en el líder de la aldea Kengo. Había escuchado del maestro Bugen repetidas veces las antiguas historias del primer fundador de la tribu, y sus increíbles hazañas, que le convirtieron en una leyenda. Siempre me he maravillado con su historia, y desde pequeño jugaba a ser cómo él. Por eso, cuando crecí y me hice mayor, decidí encontrar algún día la esfera del G.F de fuego. De esa forma podría demostrar a los demás que soy digno merecedor del liderazgo de esta aldea.
- Vaya, no lo sabía…- dijo el chico, sorprendido.
- Es el mayor sueño de mi vida, y por eso aún no me siento del todo bien…no hasta que haya cumplido mi sueño…- y luego añadió tras un suspiro- puede que, después de todo, yo no sea el perro del que habla la leyenda de Kengo.
- No digas eso, Rex…- intentó animarlo el joven-he visto lo que has hecho estando con nosotros. Nos salvaste a todos en el laboratorio Muerte, y luchaste valientemente contra un escorpión de Geonyria, tú solo. Además, siempre estás ahí cuando la situación se complica, y luchas arriesgando tu vida por los demás. A pesar de lo que digas, yo te considero un gran líder, y te daría el puesto sin dudarlo.
El perro lo miró sorprendido por sus palabras, que luego sonrió y dijo agradecido:
- Gracias, Eduardo.
En ese momento el can se levantó y dijo firmemente con una sonrisa:
- ¡Decidido! ¡Encontraré la esfera de invocación de Ifrit…y le demostraré a Bugen que puedo ser un buen líder de la aldea Kengo!
Luego miró al chico y le dijo:
- Eso, si me permitís continuar el viaje con vosotros.
Eduardo sonrió diciendo:
- Claro que sí, Rex…para mí, siempre has sido uno de los nuestros.
Ambos sonrieron, y el perro asintió alegremente con la cabeza:
- Muchas gracias.
En ese momento Rex salió corriendo. Se acercó y unió al grupo de baile junto a los demás perros de la aldea. Se sentía feliz al ser aceptado por sus amigos humanos, y saber que contaba con su ayuda y apoyo para todos los peligros que se les presentaran por delante. Tenía decidido que algún día cumpliría su sueño, sin importarle los obstáculos que le aguardaran por el camino.

El chico vio alejarse a Rex y unirse al baile canino junto a la hoguera. Lo observaba bailar alegremente al ritmo de la música junto a los otros perros, y sonrió feliz al ver a sus amigos divertirse tanto con aquellos animales. En ese momento, se levantó del suelo y antes de que diera un paso, le sorprendió una voz conocida por detrás:
- Así que…lo conseguiste.
El joven se dio la vuelta y la miró, perplejo:
- Erika…
- Me salvaste la vida ahí fuera.
Entonces Eduardo supo a lo que se refería, y exclamó nervioso:
- ¡Ah, eso! ¡Yo…no podía…porque…!
- A pesar de todas las dificultades y peligros, me protegiste y cargaste conmigo todo el camino, soportando mi mal estado. Arriesgaste tu vida por la mía sin importar las consecuencias…nunca antes nadie había hecho eso por mí.
El joven empezaba a ponerse cada vez más nervioso, y su corazón a latir también a más velocidad. Pronunciaba sus palabras temblando:
- ¡No podía…dejarte, porque…simplemente…no podía…yo…!
Ella lo miró con cariño en su rostro y dijo cálidamente:
- Todavía no he podido darte las gracias.
Erika se acercó al chico y le besó dulcemente en la mejilla, el cual se puso colorado. En ese instante sintió una paz y calma que nunca antes había sentido hasta entonces. Todo le parecía tan mágico e irreal que ni él mismo se lo creía. Por un momento pensó que era un sueño, y deseó que no acabara nunca. Esperando despertar en cualquier momento, las palabras que le susurró Erika al oído le demostraron que se equivocaba. Asombrado, le escuchó decir:
- Quiero que sepas que eres mi héroe.
En ese momento la joven se separó de él y le dijo con una sonrisa:
- ¿Bailamos?- le preguntó tras dirigir su mirada al grupo de perros que bailaban danzantes, en medio de la plaza.
La sensación de tranquilidad y la seguridad que le había transmitido la chica con aquel gesto le dieron la energía necesaria al joven para apartar a un lado sus miedos y pensar que podía lograr cualquier cosa:
- ¡Sí!- respondió con una sonrisa cálida y llena de energía.
Ambos corrieron hasta mezclarse entre el numeroso grupo de perros, y comenzaron a bailar alegremente al ritmo de la música mientras reían de felicidad.
Eduardo sabía que tenían que pensar en lo que les había contado Bugen, y recapacitar sobre su importante misión. Pero tras dar algunos torpes pasos de baile, el chico prefirió apartar a un lado esos pensamientos para dejar sitio en su cabeza a la música. En aquellos momentos nada en el mundo le hubiera hecho pensar en otra cosa más que en bailar junto a su amiga de la infancia, y rodeado por los perros más simpáticos y agradables de Limaria.

Todo esto sucedía mientras una siniestra luz en forma de un punto rojo proveniente de muchos kilómetros de distancia brillaba maléficamente en el cielo estrellado de la noche.

2 comentarios:

  1. Ojalá yo en esa aldea rodeada de perros xD
    Me encantó la escena del planetario, y la del baile, pero esa no tiene merito, siempre me gustan las escenas con bailes xD

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    1. ¡Ojalá digo yo, que me encantan los perros y ya me gustaría estar rodeado de tantos! xD

      Ambas escenas son memorables, pero sin duda encontrarás otras todavía más tiernas a lo largo de la historia. Es lo que tiene ser un Final Fantasy romántico xD

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