sábado, 10 de noviembre de 2012

Capítulo 30: Rumbo al Continente Este


Capítulo XXX
RUMBO AL CONTINENTE ESTE
Con un nuevo destino fijado, el grupo necesitaba un medio de transporte para desplazarse al otro lado del mundo. Tenían dos opciones: o por mar o por aire. En este último caso, Boneland era la única ciudad cercana, pero desgraciadamente aún no contaba con un aeropuerto, de modo que descartaron esa opción. Durante su guía turística por la ciudad esquelética, el jefe minero les explicó a Jack, Eduardo y Erika que recientemente se había aprobado el proyecto de construir un aeropuerto en dicha localidad, pero que tardarían todavía muchos meses en llevarlo a cabo.
Todos sabían que para ese entonces la guerra habría empezado, y que posiblemente Ludmort ya hubiera llegado a Limaria y destruido el mundo. La alternativa a Boneland era Frozen, la ciudad helada, que Jack sabía que contaba con un aeropuerto, pero que por desgracia se encontraba a demasiados kilómetros desde su posición, y en lo que tardaban en llegar a ella ya se habría cumplido el plazo de la amenaza de Ludmort.
Analizado el transporte aéreo, todos estuvieron de acuerdo en que la única forma de llegar rápidamente al continente este era por mar. De nuevo el único lugar más próximo y con barcos era Boneland, de modo que allí cogieron “prestado” sigilosamente un pequeño barco pesquero, mientras el propietario de la embarcación gritaba y pataleaba furioso desde la orilla, viendo alejarse su barco.
Ya en alta mar, pudieron respirar tranquilos, seguros de que nadie iría tras ellos para recuperar el barco. Debido a las anchas cadenas y la enorme seguridad que protegía los yates y las lujosas lanchas, el grupo sólo podía optar por las pequeñas embarcaciones, las desprotegidas barcas pesqueras.
Aprovecharon el rato de descanso de un hombre de mediana edad mientras se tomaba un café para asaltar rápidamente el barco y llevárselo por la fuerza. El dueño del mismo tardó en darse cuenta y no se percató del robo hasta que vio salir una nave del puerto que le resultaba bastante familiar. Para cuando salió corriendo y observó al grupo de ladrones, compuesto por un rubio vestido de azul con capa, una pelirroja, una chica con coletas, dos jóvenes y un perro, no hizo más que gritar insultos y patalear frustrado desde el muelle.

Rex se estiraba cómodamente en cubierta. Tenía las patas entumecidas y necesitaba relajarse un rato. De su hocico abierto y mostrando los colmillos salió un largo bostezo:
- ¡Por fin tenemos un barco decente, no como nuestro último, pequeño e incómodo barquito de papel!
Alana lo oyó todo y enseguida le pegó una colleja, molesta por el comentario:
- ¡Valor Alado no era ningún barquito de papel!- dijo ella, decidida a defenderlo de todo aquel que lo insultara- ¡Estaba hecho para volar, no para nadar! ¿¡Entendido!?
- ¡Vale, vale, tranquila!- respondió el perro, ignorándola- ¡lo que tú digas!
La pelirroja frunció el ceño y miró al animal con cara de pocos amigos, mientras el resto se reía y soltaba carcajadas:
- Por cierto- dijo Jack, al cabo de un rato- ¿a quién se le ocurrió lo de “coger prestado”?
- ¡A mí, a mí!- exclamó Cristal, sonriente.
- Pero si lo hemos robado- corrigió el mago.
- ¡No, lo hemos “cogido prestado”!- replicó la princesa- ¡Son dos cosas diferentes!
- Entonces… ¿cuándo se supone que lo devolveremos?
La chica con coletas se quedó pensativa unos segundos, y después exclamó con un gesto sin importancia:
- ¡Bah, ya lo devolveremos un día de estos!
- Sí, seguro…- dijo Eduardo en voz baja, no muy convencido.
Ninguno de ellos conocía una ocasión en la que Cristal hubiera devuelto lo que había robado, y dudaban mucho de que algún día el dueño pescador de aquella nave en la que viajaban volviera a ver su barco.

El chico se acercó a la proa del barco y comprobó con su brújula que iban en la dirección correcta. La brisa del mar acarició su rostro y movía su flequillo oscuro de un lado a otro de la frente, proporcionándole una sensación fresca y agradable.
Navegaban lentamente entre las olas, surcando el ancho mar y cielo azul que se extendía frente a ellos. El océano permanecía en calma y tenían el viento a su favor, todo parecía indicar que la suerte estaba de su parte. El sol se ponía en el horizonte, a punto de desaparecer, y la luz del ocaso los iluminaba con un atardecer de diferentes tonos de naranja, amarillo y rojo.
Cristal y Erika se encontraban sentadas en el tejado de la cabina de mandos, ambas con prismáticos y mirando en todas direcciones, por si avistaban tierra. Jack se dedicaba a pescar sentado en la popa del barco, y Alana estaba al timón de la embarcación, siguiendo las direcciones que le indicaban las guías y con otra brújula a mano.

Rex se acercó a la proa, junto al joven. El horizonte no era más que agua por todas partes:
- ¿Vamos bien?- preguntó el perro, mirando al frente.
- De momento sí, todo depende del tiempo- respondió el chico, que mirando también al frente, añadió- espero que esta vez no nos encontremos con otro monstruo marino gigante, y que este viaje por mar sea tranquilo y agradable.
- ¡No pienses en eso, seguro que todo saldrá bien!- sonrió el can.
Eduardo miró al perro, y con una mirada insegura, le dijo:
- Rex, ¿puedo hacerte una pregunta?
- ¡Claro! ¿De qué se trata?
El joven tardó un poco en responder. No parecía muy seguro de sus palabras:
- ¿Tú…confías en mí? ¿Crees que estoy preparado para guiar a un grupo? ¿Estarías dispuesto a seguirme, aún sabiendo que no hago lo correcto?- y luego añadió, con preocupación- Si os pasara algo por mi culpa, yo…no me lo perdonaría nunca…
El can sonrió, y trató de animarlo:
- Tranquilo, para eso están los amigos. Te ayudaremos y aconsejaremos en tus decisiones, aunque seas tú el que las tome…recuerda que no estás solo- y después dijo, bajando un poco la voz- voy a contarte un secreto que nunca le he revelado a nadie…
Eduardo escuchó con atención las palabras de su compañero, que miró a ambos lados con precaución antes de decir:
- En realidad yo también tengo miedo, y me pongo nervioso cada vez que pienso que voy a ser el jefe de un clan, el que guiará y decidirá el destino de muchos como yo…si algún día consigo la esfera de invocación del G.F. Ifrit y logro demostrar que puedo ser el líder de la tribu Kengo, yo también tendría miedo, mucho miedo…como tú ahora mismo, y puede que incluso más.
Ambos no pudieron evitar soltar un par de risas, y tras calmarse un poco, un breve silencio se apoderó de la conversación. Rex no tardó en volver a hablar:
- Dime, Eduardo… ¿Quién tuvo el valor de intentar detener el primer combate entre Jack y Asbel? ¿Quién salvó a Marina y Erika de una muerte segura en la mansión Cornelio? ¿Quién fue el que liberó a Jack de las pinzas del escorpión de Geonyria? ¿Quién cargó con Erika a cuestas por las dunas del desierto? ¿Quién ganó una carrera de dragones en Gold Saucer y nos ayudó a conseguir la libertad?
El chico escuchaba, perplejo y asombrado, las sinceras palabras del perro, que lo dejaban sin habla:
- No sé lo que pensarás tú…pero yo sí creo que puedes hacerlo…lo has demostrado en muchas ocasiones, y a juzgar por tu corazón valiente, no dudo en que incluso arriesgarías tu vida por nosotros…- y sonrió diciendo- y sí, confío en ti.
Eduardo sonrió a su vez, y la preocupación que lo invadía por dentro dejó de reflejarse en su rostro:
- Muchas gracias, Rex.
En ese momento, Jack los llamó desde la popa del braco, con una pequeña cesta de pescado fresco a su lado:
- ¡Rex, Eduardo, a cenar!
Los dos se giraron, y rugiendo sus estómagos, soltaron un par de risas. El chico se adelantó dos pasos, pero la voz del perro lo detuvo:
- ¡Eduardo!
El joven dio media vuelta y lo miró:
- No le cuentes mi secreto a nadie, ¿vale?
- ¡Tranquilo, no se lo contaré a nadie!- sonrió el chico- ¡te lo prometo!
Ambos sonrieron de nuevo y caminaron en dirección a la popa del barco, mientras los demás se reunían en círculo en cubierta, a saciar el hambre que sus estómagos les pedían.

Esa noche Eduardo no tenía sueño, estaba despierto y con los ojos abiertos, tumbado boca arriba en el suelo. Sabía que debía dormir si quería recuperar fuerzas para el día siguiente, pero los últimos acontecimientos le habían dejado muy nervioso, hasta el punto de no poder conciliar el sueño.
El techo de la cabina de mandos no le pareció algo demasiado interesante para observar, de modo que tomó una pequeña decisión, esperando con ella poder aclarar un poco más sus ideas. Retiró la manta que lo cubría, se levantó con cuidado y caminó sigilosamente entre el resto de sus amigos, que dormían a pierna suelta por toda la pequeña habitación. Las mantas y almohadas que usaban para dormir las había sacado Cristal de su mochila mágica, que sin duda les resultaba muy útil para casi todo tipo de situaciones.

El chico salió fuera, a cubierta. Al principio se tulló un poco por el frío de la medianoche, pero no tardó en habituar su cuerpo a las bajas temperaturas. Atravesó la amplia cubierta y se dirigió a la popa del barco. Allí se asomó y contempló en silencio el ancho mar que lo rodeaba, para después levantar la vista y observar el hermoso cielo estrellado.
Pensó en su antigua vida de estudiante, en sus amigos Lionel, Bruno, Laura y Mandy, en aquella fatídica excursión a la cabaña del bosque y en toda la vida que Erika y él habían dejado atrás. Seguramente a aquellas alturas todos sus compañeros y profesores los daban por muertos, después de pasar varios días buscando sus cadáveres y haber expuesto su desaparición a la prensa y a los medios públicos de comunicación.
El mago Jack los salvó aquella noche de morir a manos de Magno y Helio, los comandantes superiores de una organización llamada Muerte venidos de otro mundo, con órdenes precisas de acabar con sus vidas. Tras conocer la profecía que anunciaba el fin del mundo, y asimilar el importante papel que tanto su amiga como él cumplían en aquel entramado complejo de información, ambos se unen a Jack y juntos emprenden el mayor viaje de sus vidas, por el mundo mágico de Limaria.
Desde entonces habían sido muchas las aventuras vividas y los peligros a los que se habían enfrentado durante su estancia en aquel, hasta hace poco desconocido, mundo del que nadie en La Tierra tenía conocimiento, ni mucho menos idea siquiera de su existencia. Los muchos monstruos que habían abatido, las vidas inocentes salvadas y los peligrosos enemigos combatidos eran sólo una pequeña parte de todo cuanto habían vivido hasta ahora. Innumerables aventuras que ni su compañera ni él nunca imaginaron que vivirían.
Sin embargo, Eduardo tenía un mal presentimiento, algo que le advertía de un peligro mayor, mucho más que el de todos los enemigos abatidos hasta ahora. Tenía miedo, miedo de no llegar hasta el final, miedo de no ser un buen líder como lo había sido Jack, de no estar a la altura y de que por su culpa condujera a sus amigos a una muerte segura. Miedo de saber que en cualquier momento podrían morir, miedo a la organización Muerte, a Ludmort y a la tenebrosa oscuridad que se cernía sobre el mundo entero.

En ese momento, una voz conocida lo despertó de sus pensamientos:
- Se supone que deberías estar durmiendo, pillín.
El chico dio media vuelta, y se sorprendió al ver a una persona que no esperaba encontrarse esa noche. Juraría que estaba dormida, o quizá sólo lo aparentaba:
- ¿¡Erika, qué haces aquí!?
- Lo mismo que tú, supongo- sonrió ella- no tenía sueño.
La chica se asomó por la barandilla junto a Eduardo y miró al frente, igual que él. El mar reflejaba la luz de la luna llena que brillaba junto a las estrellas en el cielo nocturno:
- Han pasado seis meses desde que llegamos a Limaria…- comentó Erika- sin embargo, para mí ha sido una eternidad…aquella excursión de acampada se me hace tan lejana que parecen años, y aún me cuesta creer todo lo que nos ha pasado.
Eduardo la entendía muy bien, pues la joven se sentía igual que él. Entonces recordó una cosa de la que hace tiempo no hablaban, y el chico le comentó a su compañera:
- ¿Crees que lo que escribió tu abuelo en su diario sobre tu futuro se refería a esto?
- No lo sé…- respondió ella- nunca me habló de Limaria, de sus tantos mitos y leyendas, ni tampoco de reinos de reinos, príncipes, princesas, magia, magos, moguris, chocobos, guardianes de la fuerza, o mucho menos de la profecía que nos implica…al menos que yo recuerde.
- Pero es tu sueño descubrir lo que escribió de tu futuro en su diario, ¿verdad?
- Sí…algún día encontraré la llave que lo abre, y entonces sabré qué futuro me deparaba mi abuelo, y de si acertó con lo que él decía…- luego añadió, sonriente- ¡cuando volvamos a nuestro mundo, les contaré a mamá y papá todas las aventuras vividas en Limaria…no se lo van a creer!
- ¿Echas de menos a tus padres?- preguntó Eduardo.
- Sí, mucho…- afirmó ella- a veces, cuando pienso en ellos, me entran muchas ganas de volver a casa…y me pongo triste al pensar…que quizá no lo consigamos…y que no vuelva a verlos nunca más…
El chico, al verla con la moral baja, trató de animarla con una media sonrisa:
- Eh, oye…no estés triste, o me deprimirás a mi también- rió el joven, y cuando ella lo miró a los ojos, él no dejó de sonreír- tranquila, lo conseguiremos…ya lo verás.
Las palabras de su compañero la hicieron sonreír a su vez, y su rostro recuperó la misma luz que lo caracterizaba. Eduardo, por su parte, sabía que debía mantener la esperanza. Él también estaba preocupado, y dudaba de si lograrían derrotar a Ludmort, pero debía ser fuerte por todos sus amigos y por ella. Ahora que se había convertido en el nuevo líder del grupo, no podía flaquear o derrumbarse. Después de todo, si perdía la confianza en sí mismo, ¿cómo iban a confiar sus amigos en él?

Lo que le preguntó la chica después le borró la sonrisa de la cara, y le pilló completamente desprevenido:
- ¿Y tú, Edu…echas de menos a tus padres?
El chico bajó un poco la cabeza y suspiró, deprimido. Supo que su compañera no le hizo la pregunta con mala intención, pero cada vez que le preguntaban por sus padres se afligía mucho. Un sentimiento de tristeza lo invadió repentinamente por dentro:
- Apenas recuerdo nada de mis padres, ni siquiera recuerdo sus nombres ni sus rostros…es algo extraño, no sé cómo explicarlo…es como si nunca hubiera tenido padres…

La chica le notó deprimido, y enseguida se dio cuenta de que no había elegido la pregunta correcta. Se sintió mal consigo misma porque acababa de afligir al chico, después de que él mismo la animara cuando estaba triste. Sabía que tenía que animarlo de cualquier manera, y tras pensar rápidamente en algo durante un par de segundos, muy pronto se le ocurrió una idea.
Le cogió de la mano y, ante el asombro y la sorpresa de su amigo, lo arrastró hasta el centro de la cubierta:
- ¿¡Eh, pero qué…!?- exclamó el chico, perplejo.
Aquel movimiento le recordó extrañamente a una situación parecida en Gold Saucer, cuando ella misma lo arrastró del brazo para salir de la habitación e ir a las atracciones, a pesar de las advertencias de Jack.

Una vez en el centro, la chica puso la mano izquierda de Eduardo en su espalda y la derecha de ella en el hombro del chico. Erika juntó su mano izquierda con la derecha de su compañero:
- ¡Un momento!- exclamó él, adivinando sus pensamientos- ¿¡No estarás pensando en…!?
- ¡Sí!- afirmó ella, sonriente- ¡vamos a bailar!
El chico se puso colorado y ruborizado ante la idea, y cada vez más nervioso:
- ¡Pero si no sé bailar…además, me has visto en las obras de teatro del colegio y sabes que lo hago de pena!
- ¡Si no lo intentas, no lo sabrás nunca!- trató de animarlo ella- ¡venga, que yo te enseño!
Finalmente el chico no tuvo más remedio que aceptar, y ambos empezaron a mover las piernas de un lado a otro, con timidez por parte de él. Eduardo se avergonzaba del ridículo que hacía con su amiga, sus pasos eran demasiado torpes y muchas veces empujaba a la chica sin querer. Tenía todo el rostro colorado y, con su corazón latiéndole a mil por hora, no dejaba de temblar y de flaquearle las piernas.
En su tercer o cuarto intento de darle una vuelta a Erika con los brazos, sus piernas se enredaron y perdió el equilibrio de éstas, cayendo estrepitosamente al suelo. La chica lo ayudó a levantarse mientras él deseaba que todo aquello fuera una pesadilla, de la que estuviera a punto de despertar. Cuando se puso en pie, sintió tanta vergüenza que no tuvo el valor de mirarla a la cara:
- Lo siento…no puedo hacerlo.
Eduardo se separó de la chica y se alejó, avergonzado. Sentía como si hubiera hecho el mayor ridículo de toda su vida. Quería desaparecer de allí, olvidar todo lo que había pasado esa noche en el barco, y despertar por la mañana frente a otro tranquilo día en alta mar.

Sin embargo, no pudo alejarse más de dos pasos antes de sentir cómo de repente una cálida mano agarraba la suya y lo detenía. El chico se giró, sorprendido, y observó perplejo a Erika. Sus palabras bastaron para dejarle completamente asombrado:
- Edu, sé que puedes hacerlo…porque confío en ti.
Eduardo comprobó en sus ojos sinceros que decía la verdad, y una repentina paz y tranquilidad inundó por completo su corazón, calmando cualquier nervio que sentía y que le hacía creer que todo era imposible. La confianza que le transmitía la chica a través del contacto con su mano le dio fuerza y ánimos para intentarlo una vez más. En aquellos momentos sentía que podía lograr cualquier cosa:
- Está bien, Erika- sonrió él.
Los dos volvieron al centro de la cubierta y retomaron el baile que ambos empezaron. Esta vez Eduardo cambió su expresión de miedo e inseguridad a firmeza y tranquilidad. En aquella ocasión el chico prestó toda su atención a cada uno de los movimientos que hacía Erika, y sonrió al verse a sí mismo ejecutar todos los pasos correctamente y sin fallos:
- ¡Lo…lo estoy haciendo, Erika!- exclamó, eufórico- ¡estoy bailando de verdad!
La chica sonrió a su vez, al ver a su compañero bailar con ella sin empujones, sin pisarle los pies, sin perder el equilibrio y sin flaquear ni retroceder en aquella danza que a ambos les parecía mágica. Por unos minutos los dos bailaron pegados, a un ritmo más tranquilo y relajado, e inconscientemente acabaron abrazados, sintiendo el calor acogedor del otro y envueltos en la magia del momento, que los dos deseaban no acabara nunca.

Tardaron en darse cuenta de que estaban abrazados, y al mirarse a los ojos y volver a la realidad, ambos se ruborizaron y rápidamente se separaron. Erika tardó un poco antes de decir:
- ¿Ves cómo te dije que si lo intentas lo consigues?
- Sí…y todo gracias a ti- respondió él.
Un incómodo silencio apareció de repente, y ambos supieron que ya era muy tarde para estar despiertos. Tras unos segundos de silencio el chico finalmente dijo:
- Creo que ya es hora de dormir.
- Sí, tienes razón- afirmó ella.
La chica se alejó a la cabina de mando del barco pesquero, dónde dormían los demás. Antes de entrar, su amigo la detuvo:
- ¡Erika!
Ella se giró y lo miró. El chico le dijo, con dulzura y un poco ruborizado:
- Gracias…
Erika sonrió feliz y le respondió dulcemente:
- Buenas noches, Edu.
- Buenas noches- respondió él.
Entonces la chica entró en la cabina, cerrando la puerta tras de sí. Eduardo se quedó quieto por un momento, intentando recordar y asimilar todo lo que acababa de pasar. Cuando por fin supo que aquello no era un sueño y que había bailado con su amiga de la infancia, sonrió de felicidad. Una increíble energía positiva y llena de vida y alegría lo recorría por dentro, sintiendo ganas de saltar y gritar de euforia. Nunca antes había bailado con Erika, y siempre lo había deseado desde que era pequeño, cuando la veía bailando con el resto de compañeros de su clase. La sola idea de haberlo hecho le parecía increíble, era como un sueño hecho realidad.
El chico se quedó un rato allí, mirando al cielo y al mar, hasta que finalmente dio media vuelta y caminó hasta entrar por la puerta de la cabina. Supo que aquella noche quedaría grabada para siempre en su memoria, y con aquel pequeño gesto por parte de su amiga creyó por una vez que incluso hasta los más pequeños sueños, con paciencia, valor y esperanza, podían hacerse realidad.

Pasaron varios días en alta mar, con la misma rutina de pescar, conducir el barco y observar en todas direcciones en busca de tierra. El océano parecía mucho más grande e infinito de lo que imaginaban, e incluso llegaron a pensar que se habían perdido y que nunca llegarían a su objetivo. Por suerte la travesía era tranquila, y en medio del mar en calma y con el tiempo favorable no surgía ningún monstruo marino gigante que les aguara la fiesta, por lo que resultaba todo un alivio.
Casi perdieron por completo las esperanzas, pensando que sus brújulas estaban rotas, hasta que una mañana inesperada el vigía Rex vio algo en el horizonte. Saltó y sonrió de alegría al descubrir lo evidente, y gritó para avisar a sus amigos de la noticia, los cuales llegaron hasta él en la proa del barco, y sonrieron eufóricos. Por fin divisaron, en la lejanía, las siluetas de riscos y montañas que llevaban buscando desde que se adentraron en el mar. Las brújulas no los engañaban, tenían ante ellos el gigantesco continente este.

Tardaron más de una hora en llegar a la costa, y al ser casi todo grandes y altos acantilados, les fue difícil buscar un punto de acceso por el que atracar el barco. Después de media hora de búsqueda, finalmente encontraron una pequeña playa escondida en un golfo, desde la cual desembarcaron y se internaron de lleno en el nuevo territorio, dejando atrás la nave acuática que nunca llegaron a devolver.

Jack y los dos jóvenes nunca habían estado en el continente oeste, el reino de Oblivia, y a juzgar por la descripción que les habían dado Cristal, Alana y Rex, aquel lugar no tenía nada que ver con Oblivia. El territorio que pisaban era seco y árido, como una especie de desierto, pero sin arena. A su alrededor no habían plantas ni campos verdes y coloridos, y mucho menos animales de la pradera. Los monstruos y seres vivos que les salían al paso, y a los cuales tenían que enfrentarse, eran seres procedentes de terrenos desiertos, secos y muy áridos. Aparte de ellos, no se veía ningún rastro de vida humana, por el momento.

Al cabo de unas horas andando, no tardaron en encontrar algo que sin duda les llamó bastante la atención, y que contrastaba radicalmente con el páramo desierto y la nada que hasta entonces habían recorrido. Divisaron a lo lejos unos altos y modernos edificios, parpadeando con distintas luces y envueltos en una atmósfera urbana:
- ¿Y eso?- preguntó Alana- ¿una ciudad?
- Así es- afirmó Jack, echando un rápido vistazo al mapamundi- es Metroya, la gran metrópoli de Limaria. Es la única pero gran civilización que existe en el territorio estiano, y su ciudad es la más grande y avanzada tecnológicamente del mundo entero.
- Entonces debe de ser muy grande- dijo Erika, pensativa- ¿aquí es donde está reina estiana Venigna, verdad?
- Sí- respondió el mago- tenemos que intentar hablar con ella y convencerla de que no luche en la guerra.
- ¿Y creéis que lo conseguiremos?- preguntó Rex, preocupado.
- No lo sé…- dijo Eduardo- quizá ni nos escuche y tengamos que recurrir a la fuerza…
En ese momento intervino Cristal,, que con energía desbordante se adelantó unos pasos diciendo:
- ¡Bueno, sólo hay una forma de comprobarlo…vamos, rumbo a nuestro siguiente destino: Metroya!
Los demás asintieron con la cabeza, y la siguieron detrás, directos a la monstruosidad poblacional de Limaria, la gran y sobrecogedora ciudad de los rascacielos.

Metroya tenía la tecnología moderna más avanzada de la historia. Eduardo nunca creyó ver coches voladores supersónicos y rascacielos que superaban los doscientos metros de altura, los cuales parecían tocar las nubes. La gente caminaba sobre cintas transportadoras, numerosas pantallas planas ocupaban grandes fachadas de los edificios, robots de todas las formas y tamaños abundaban en las calles y en medio de los ascensores y transportes públicos de última generación habitaba una atmósfera urbana que sólo las grandes ciudades conocían.
Aquel lugar no tenía nada que ver con el reino de Oblivia y el chico, a juzgar por las expresiones sorprendidas de Cristal, Rex y Alana, supo que el cambio de un sitio a otro era demasiado brusco. Habían pasado de un mundo de castillo en un cuento de hadas a una gigantesca ciudad futurística con ciencia y tecnología por todas partes. Era el futuro en su máxima expresión:
- ¡No me lo puedo creer!- exclamó Eduardo, asombrado y con la boca abierta, mientras miraba en todas direcciones- ¡nunca creí que existiera algo así!
- ¡Es increíble!- comentó Erika, también perpleja- ¡las ciudades de La Tierra están a años luz de esto!
El mago enseguida los bajó de las nubes:
- Chicos, me parece bien que os asombréis con las maravillas de la ciencia limariana, pero recordad que esto no es un paseo turístico…estamos aquí para detener una guerra, y en estos momentos es lo más importante, no lo olvidéis.
Jack tenía razón, debían detener el conflicto cuanto antes. Comparado con Metroya, los habitantes de Oblivia poseían armamento de guerra de hace siglos de historia.

Cristal les había contado que, anteriormente siglos atrás, ambos reinos estaban igualados en estructura, castillos y pequeñas aldeas, de modo que también en armas y recursos. Sin embargo, una fuerte y poderosa evolución tecnológica surgió en el continente este hacía poco más de uno o dos siglos, y desde entonces el antiguo reino de Metroya cambió y evolucionó hasta convertirse en lo que estaban viendo durante su visita. Dicha evolución no cruzó el mar ni tampoco llegó al continente oeste, quedando Oblivia relegada aparentemente en la Edad Media.
La última guerra entre ambos bandos tuvo lugar antes de la radical evolución de Metroya, y desde entonces habían vivido una época de paz en Limaria, que muchos pensaron sería el fin de la maldició. Sin embargo, la intención de la reina Venigna era retomar nuevamente el conflicto, cosa que los reyes Arturo y Aurora de Oblivia no deseaban, y por ello aceptaron la falsa propuesta de la bruja para casar a su presunto hijo con Cristal.
En aquellos momentos, si se producía una guerra entre ambos bandos, estaba claro que Metroya sería sin duda la vencedora en el conflicto. Las espadas y escudos de Oblivia eran ridículos frente a los rayos láser y las bombas nucleares de Metroya. Tenían que detener la guerra antes de que el reino de Oblivia, y con él todos sus habitantes, murieran irremediablemente a manos de la maldición de la leyenda de los príncipes.

Mientras paseaban, Eduardo no dejaba de notar que un individuo encapuchado los seguía, y que se escondía detrás de las farolas y en cada esquina tras su paso, observándoles detenidamente. Avisó en voz baja a sus amigos, quienes también se dieron cuenta del curioso que los seguía, y juntos tramaron un plan para librarse de él.
Actuaron con normalidad y caminaron tranquilamente hasta desviarse en el primer callejón que encontraron. Tal y como habían previsto, el encapuchado también se internó por el mismo, siguiéndoles la pista. Sin embargo, su sorpresa fue grade al descubrir que en aquel callejón sin salida no había nadie. Habían desaparecido por arte de magia, sin dejar rastro.
Sorprendido y perplejo, de repente sintió por la espalda varias armas, amenazantes:
- ¿Quién eres y por qué nos sigues?- preguntó Rex, sin bajar la guardia.
El desconocido dio media vuelta lentamente, y pudo ver al mago y al resto del grupo con las armas desenfundadas, apuntando hacia él:
- ¿Trabajas para Venigna?- interrogó Jack- ¿eres un espía suyo?
El encapuchado no pronunció palabra hasta que, al observar más detenidamente la llave espada y la vara mágica en manos de sus portadores, pareció sorprenderse bastante, como si hubiera visto un fantasma:
- Así que sois vosotros…los elegidos de la profecía…
El mago no lo dudó un instante, y golpeó con fuerza al desconocido con su bastón mágico, estrellándolo con la pared que tenía detrás. Con su antebrazo apretó un poco el cuello del encapuchado mientras que en la otra mano sujetaba su arma para rematarlo. Estaba dispuesto a matarlo sólo por conocer la identidad de los dos jóvenes, y eso ya era demasiado peligroso:
- ¿Quién eres? ¿Cómo reconoces a los portadores de las armas sagradas?- preguntó seriamente Jack, y con la mirada clavada en él.
El desconocido trató de liberarse del antebrazo del mago, que le oprimía la respiración, mientras pronunciaba débilmente:
- Por favor…no es…lo que pensáis…sólo quiero…hablar…
Cristal reconoció aquella voz, y enseguida corrió a ayudarlo:
- ¡Espera, Jack, yo le conozco!- gritó la princesa- ¡suéltale, confía en mí!
Jack finalmente lo dejó libre, y el desconocido se apoyó con una mano en la pared para recuperar el aliento, mientras jadeaba. Cuando la chica con coletas le quitó la capucha y dejó su rostro al descubierto, se sorprendió y exclamó:
- ¡Wedge!
- ¿¡Qué!?- exclamaron a su vez Jack y los demás, confusos.
La princesa les enseñó la ropa que llevaba el desconocido bajo su capucha, y descubrieron perplejos el símbolo con el escudo del reino de Oblivia. Seguían sin entender nada hasta que la chica con coletas continuó hablando con él:
- ¿¡Qué haces aquí!?- preguntó la princesa, perpleja- ¡si te descubren te matarán al instante!
El desconocido, un chico de poco más de veinte años, por fin pareció recuperarse del susto, y dijo con mayor normalidad:
- Por eso mismo iba con esas pintas, majestad…comprendo vuestra desconfianza y precaución, cualquiera habría hecho lo mismo en vuestro lugar…
- ¡Eso no es excusa!- exclamó Jack, un poco enfadado- ¡dinos por qué nos seguías!
Cristal le dirigió una mirada furtiva al mago, indicándole que se calmara. Cuando le dejaron hablar, el chico finalmente respondió:
- Quería asegurarme de que “ellos” iban con la princesa…- y luego añadió, mirando a Eduardo y Erika- cuesta creerlo…jamás imaginé que los elegidos de la profecía fueran tan sólo unos niños…
Jack estuvo a punto de soltarle otro golpe con su arma de no ser porque Cristal se interpuso en medio y lo detuvo a tiempo:
- ¿¡Cómo sabes lo de los elegidos!?- preguntó el mago, furioso- ¿¡Quién te lo dijo!?
- La reina Aurora ya nos lo advirtió, hace sólo un par de días…- explicó Wedge- asegura que vio en los ojos de su hija, y en los de la extraña pareja que fue a llevársela del castillo, que eran los guardianes de los mismos…y ella nunca miente.

Cristal, Alana y Rex se sorprendieron al oír aquello. No esperaban que una maga blanca pudiera descubrir tantas cosas con sólo mirar a los ojos a los demás. Para ella, los corazones de la gente eran libros abiertos, cuyas páginas podía leer libremente con tan sólo mirar en lo más profundo de los ojos de las personas:
- ¿Y sabe mi padre algo de esto?- preguntó la chica con coletas.
- Naturalmente, majestad…- afirmó Wedge- tras descubrirse las verdaderas intenciones del príncipe Dorle, y su posterior muerte, los reyes sabían lo que aquello significaba…a raíz de los acontecimientos, y de que se acercaba lo inevitable, sus majestades Arturo y Aurora han decidido tomar la iniciativa para acabar con el conflicto…y por esa misma razón estoy aquí ahora, ante vosotros…
- ¡No lo entiendo!- dijo Erika, confusa- ¿qué quieres decir?
- Os lo explicaré mejor en un lugar más seguro- respondió Wedge, que luego indicó con un gesto de su mano- seguidme, por favor.
Sin embargo, nadie se movió de su sitio. Todos miraron a Eduardo, esperando una respuesta. El joven dirigió la mirada a Cristal, que sabía que la princesa confiaba en él, y se lo pensó durante unos segundos. Si la chica con coletas lo consideraba de confianza, entonces no podía ser un enemigo. Hizo desaparecer mágicamente el arma sagrada de su mano mientras decía:
- Está bien, te seguiremos.
- Gracias por confiar en mí, elegido de la llave espada.
El resto de sus amigos enfundaron sus armas y juntos caminaron detrás de Wedge, que volvió a ocultarse con la capucha y la capa al completo. Salieron del callejón y se internaron por entre las cintas transportadoras de las calles principales, llegando cada vez más a las entrañas de la colosal ciudad de Metroya.

Recorrieron cientos de calles y escaleras a lo largo de su camino, tantas que Eduardo no tardó en perder el sentido de la orientación, llegando a pensar incluso que todo eso no era sino parte de la trampa que les había preparado Wedge, y que en cualquier momento iban a caer.
Desde luego aquella ciudad era inmensa y compleja, convirtiéndose más en un laberinto que en una población. Al mirar arriba se veían más edificios que cielo azul, y se sentían sobrecogidos ante aquellas construcciones gigantes, que parecía iban a caerles encima de un momento a otro.
Al cabo de poco más de veinte minutos se internaron en otro de los millones de callejones que había en Metroya, y al final del mismo se quedaron con la boca abierta cuando Wedge dejó al descubierto una puerta camuflada. Dudaron un momento antes de seguir, pero finalmente entraron por ella, siendo su anfitrión el que encabezaba la marcha, para mayor seguridad.

Dentro del edificio abandonado recorrieron varios pasillos y subieron las escaleras hasta llegar al último piso en el ático, donde encontraron una nueva puerta. Antes de abrirla, Wedge quiso aclararles algo:
- Os agradecería que no le dijerais a nadie nada de este lugar…si nos pillara algún estiano, obviamente estaríamos todos muertos…y nuestra presencia aquí sería en vano para Oblivia.
- Tranquilo, tienes nuestra palabra- dijo Alana, sin vacilar.
Wedge sonrió y finalmente abrió la entrada. Lo que descubrieron tras la puerta los dejó completamente asombrados y boquiabiertos. En el interior de aquel aparente edificio abandonado había una especie de enorme sala de control iluminada. En esa habitación había numerosos ordenadores con docenas de pantallas en las paredes y varios puestos de mando repartidos en toda la estancia. Un pequeño grupo de hombres repartidos entre los ordenadores, al parecer soldados por su vestimenta, vigilaban y controlaban los monitores, atentos a cualquier novedad que pudiera ocurrir. En las pantallas aparecían las noticias de última hora, además de observar en algunas de ellas a modo de cámaras de vigilancia varios de los lugares más importantes de Metroya:
- ¿¡Qué es…esto!?- preguntó Rex, asombrado.
Una voz desconocida respondió a su pregunta:
- El cuartel general de la resistencia de Oblivia.
El grupo volvió la vista al frente. En el centro de la habitación había una enorme mesa que mostraba el mapa holográfico de toda la ciudad de Metroya con gran realismo. Tras ella, un hombre de mediana edad dio media vuelta y les dirigió la mirada, con una leve sonrisa:
- Bienvenida, su alteza.
Cristal lo reconoció al instante y le saludó con la misma sonrisa:
- ¡Hola, teniente Biggs!

Archi se quitó la capucha, dejando su rostro al descubierto:
- Ya estoy de vuelta, sargento…- y señalando a los dos jóvenes, añadió- con los elegidos, tal y como pidió.
Al principio Biggs pensó que se trataba de una broma, y Eduardo y Erika reconocieron enseguida su asombro a través de su cara perpleja, como una especie de decepción o desaprobación. Imaginaron que seguramente se esperaba otra cosa de los portadores de las armas sagradas:
- ¿Estás seguro de que son ellos?- preguntó el teniente, no muy convencido.
- Más que nada, sargento…yo tampoco me lo creí al principio, pero estoy completamente seguro de que son ellos…lo he visto con mis propios ojos.
Los dos jóvenes intercambiaron una mirada, y ambos estiraron sus brazos haciendo aparecer mágicamente la llave espada y la vara mágica a la vez. Aquello sí que sorprendió a Biggs, que observó con perplejidad lo que le costaba creer:
- Esas son…las armas sagradas…- pronunció, con asombro- entonces vosotros…de verdad sois…
- ¿Le convence esto ahora, teniente?- preguntó irónicamente Erika.
Biggs no tuvo más remedio que asimilar lo evidente. Tanto él como el resto del equipo de la resistencia de Oblivia miraron sin poder creérselo las famosas armas sagradas, dejando por un momento sin atender a las pantallas. Les costaba creer que un par de niños fueran los elegidos destinados a salvar el mundo.

El teniente enseguida se dio cuenta de que todos sus hombres no estaban haciendo su trabajo. Sacudió rápidamente la cabeza y alzó la voz en tono furioso:
- ¿¡Qué estáis mirando!? ¡Volved al trabajo, panda de vagos!- ordenó.
Del mismo modo que el jefe dictó una orden los reclutas la cumplieron al instante, sin quejarse, y volvieron su atención a las pantallas que tenían delante.
Alana aprovechó la ocasión para preguntar una duda que le comía la cabeza:
- ¿Quiénes sois y por qué estáis aquí? ¿No estaríais más seguros en el continente oeste, en vuestro reino?
El teniente Biggs respiró hondo y luego respondió:
- Somos parte de la guardia real de Oblivia, como los muchos de los centinelas que intentaron atraparos en el castillo…pero a diferencia de ellos, que protegen el reino a modo de defensa, nosotros nos dedicamos a investigar y transmitir información.
- ¿Transmitir información?- preguntó Rex, confuso- ¿qué quieres decir?
- Estamos aquí por voluntad propia, y gracias a un permiso especial de los reyes en persona…nosotros nos dedicamos a informar a Oblivia de cualquier evento o novedad que ocurra aquí, en Metroya…llevamos ya muchos años instalados en territorio enemigo, y trabajando clandestinamente para transmitir información relevante sobre nuestros adversarios…- explicó el teniente- somos los únicos del reino de Oblivia capaces de manejarnos con soltura en el manejo de los ordenadores y las nuevas tecnologías, por eso somos los que estamos aquí.
- ¿Y no vivís con miedo a que os descubran los estianos?- preguntó Cristal.
- Claro que sí…cada día que pasa nos jugamos la vida, y tratamos de extremar todas las precauciones con el fin de que nadie sepa que venimos de Oblivia…o de lo contrario todos nosotros y este cuartel general desapareceríamos para siempre.
En ese momento intervino Jack:
- ¿Y cómo supisteis que estábamos en Metroya?
El teniente señaló una de las tantas pantallas, en la cual se veía enfocada la entrada principal de la ciudad:
- Os vimos cruzar el umbral de entrada por esa cámara de vigilancia…- y luego señaló el mapa holográfico de la mesa central- y gracias al símbolo de Oblivia que lleva la princesa Cristal en el interior de su mochila, no fue difícil encontraros.

Todos comprobaron que tenía razón cuando, con un gesto del teniente Biggs, se produjo un zoom en el mapa holográfico que amplió mejor una parte concreta de la ciudad. Podían ver siete puntos brillantes reunidos en un mismo edificio, en el que ellos se encontraban ahora mismo. Comprendieron entonces lo que quería decirles Biggs:
- Todos los que tienen un símbolo de Oblivia especial llevan incorporado un chip que permite localizar a quien lo lleva a través de vía satélite, y en nuestro caso, como sólo abarcamos la ciudad estiana, es normal que sólo os detectáramos  cuando entrasteis en Metroya- explicó el teniente- de esta forma, mientras estéis en esta ciudad, podemos manteneros localizados en cualquier momento.

El grupo asintió con la cabeza, entendiendo la increíble tecnología que había en Metroya. Desde luego estaba mucho más avanzada que Oblivia. Sin embargo, Erika seguía con una duda importante en la cabeza:
- Todavía sigo sin entender una cosa…- dirigió la mirada al jefe de la guardia real- ¿Biggs, por qué nos buscabais? ¿Qué es lo que queréis de nosotros?
El teniente suspiró y caminó hasta la ventana. El atardecer se reflejaba en las ventanas mientras la luz del sol recortaba las siluetas de los altos rascacielos:
- Veréis…a raíz de los últimos acontecimientos, es ya inevitable pensar que no nos libraremos de una tremenda guerra, y que posiblemente sea la decisiva, la que acabe con la maldición de los príncipes de una vez y para siempre, pero a favor de Metroya…mentiría si dijera que nada de eso va a pasar…
El resto del grupo escuchaba con atención las palabras de Biggs:
- Ante esta difícil situación, los reyes han decidido tomar la iniciativa, y por ello nos encomendaron encontrar a los elegidos de la profecía, que seguro viajaban con la princesa Cristal…de hecho, gracias a ella, pudimos encontraros…
En ese momento volvió la vista al grupo:
- Arturo y Aurora nos han ordenado una nueva y peligrosa misión, que no podríamos cumplir sin la ayuda de los elegidos de la profecía…
Eduardo no lo dudó más, y se aventuró a preguntar:
- ¿Tan peligrosa es?- interrogó el joven- ¿de qué se trata?
El teniente Biggs tardó un poco en responder. Cuando lo hizo, les dijo seriamente y sin vacilar:
- Tenéis que…asesinar a la bruja.

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