lunes, 18 de agosto de 2014

Crónicas de un amor platónico (parte 4)

¿Se puede hablar de amor platónico correspondido? ¿Es posible que la otra persona ajena también sienta lo mismo? ¿Existe alguna pequeña posibilidad de que, para esa persona, tú seas su amor platónico? Y, de ser así, aunque se creyera en esa diminuta probabilidad, ¿Cómo averiguarla? ¿Cómo saber si esa persona también siente lo mismo? Aún cuando faltan las palabras, ¿se puede confiar en el instinto del corazón?

Ese mismo curso, un compañero de clase celebra su cumpleaños en el monte, para hacer una barbacoa, y nos invita a todos los niños y niñas del aula a una fiesta al aire libre. Por supuesto, no solo vamos nosotros, sino también nuestras familias, ya que para organizar y preparar la comida se necesita la ayuda de adultos. La idea de un cumple en pleno monte me gusta, ya que es algo diferente y no se hace todos los días. Además, la idea de que van casi todos mis amigos y amigas me atrapa: sin duda se trata de un día divertido.

Después de jugar al pilla pilla durante un buen rato con mi grupo de amigos, corriendo y esquivando los troncos de los altos árboles, decido separarme de ellos para descansar, jadeando. Siento que el corazón me palpita con tanta fuerza que va a explotar. Estoy tan agotado de tanto correr que me apetece sentarme un rato y parar, parar hasta recuperar las fuerzas.

Y justo cuando me alejo mucho del grupo de juego, y de la zona próxima inmediata a la zona de los adultos, me doy cuenta de que no estoy solo. Más adelante, a varios metros delante de mí, otro grupo de niños se encuentra escondido visiblemente entre unos arbustos. Al acercarme, todavía andando y sin parar, descubro que se trata de un grupo de niñas, todas ellas compañeras de clase a las que reconozco enseguida. Están sentadas formando un círculo, y una de sus miembros me deja sin habla. Érika está entre ellas.

Sin embargo, el recibimiento con que me atienden no es el esperado. Cuando me divisan y llego junto al grupo, una de las niñas enseguida se dirige a mí y, frunciendo el ceño, me echa educadamente del círculo. El motivo de que se trata de una reunión de chicas, sumado a mi visible timidez debido a la presencia de cierta persona, solo consigue que asiente con la cabeza, y con la misma me marche en silencio por donde he venido.

Pero en lugar de volver a la zona de los adultos y de los juegos con los demás niños, cambio la dirección y me alejo en otro sentido distinto. Todavía sigo cansado por el reciente juego, y no me apetece retomarlo hasta que descanse y me haya recuperado. De esa forma, inconscientemente, me alejo hasta llegar cerca de una ladera empinada, desde la que puede contemplarse toda la ciudad al lado del mar. Allí me detengo en seco, y lo más extraño de todo es que no me siento, sino que me quedo en pie, parado. Por unos instantes olvido por completo que estaba cansado.

Y es justo en ese momento, mientras observo el paisaje con la mirada perdida, cuando una voz a mis espaldas me saluda. Una voz que yo no esperaba oír, y menos aún dirigirse expresamente a mí. Cuando me doy la vuelta, descubro sorprendido que se trata ni más ni menos que de Érika. Acaba de dejar a su grupo de amigas y ha venido sola hasta mi encuentro, con el mensaje de que vuelva al círculo de chicas.

Sin mediar palabra, asiento de nuevo con la cabeza, ocultando totalmente el increíble asombro que siento por dentro, pero que disimulo muy bien. De esta forma, me reúno con ella y los dos volvemos andando juntos hasta el grupo de niñas, oculto un poco más lejos. En esta ocasión las chicas me permiten pasar, quizá por un rápido consenso en común tras mi marcha, o quizá por la iniciativa de Érika, al ver que me quedaba solo y sin compañía.

En cualquier caso, lo cierto es que ya estoy dentro del círculo femenino, y no tardo en enterarme de algunos de los temas que en él se estaban hablando. Al poco rato de yo ingresar en el grupo, surge el famoso tema de "¿Quién te gusta?", muy popular (y a la vez odiado) entre los compañeros de clase. Así, una de las niñas empieza citando el nombre de la persona que le gusta, y detrás de ella, una tras otra, la siguen el resto con los nombres de las personas especiales para ellas.

La mayoría de nombres que oigo pertenecen a niños de nuestra propia clase o de la otra, a la que consideramos nuestros rivales por ser la única clase de ese curso, aparte de la nuestra. Cuando llega mi turno, finjo con toda la tranquilidad que puedo, y miento diciendo que no me gusta nadie, aunque en realidad por dentro estoy temblando. Mi respuesta no convence demasiado a las niñas, que por suerte no parecen prestarme mucha atención, y pasan a la siguiente a mi derecha. La última persona a la que le toca hablar es a Érika, que con alegría natural y una amplia sonrisa cita el nombre de la persona que le gusta.

Y ese nombre resulta ser el mío.

Esa vez me quedo tan sorprendido que no sabría si mi aparente tranquilidad consigue funcionarme como siempre, o si por el contrario se refleja el asombro en mi cara. Aparte de mí, hay otro niño también llamado Eduardo, pero que está en la clase rival. No recuerdo haber visto nunca a Érika hablando o jugando con él en el recreo, y eso me da ciertas sospechas, aunque por otro lado pueden haber más Eduardos que ella conozca fuera del colegio, y que escapan a mi alcance.

¿Significa esto un pequeño rayo de esperanza? ¿De verdad puedo gustarle a Érika? ¿Se habría fijado ella en mí lo suficiente como para ser yo su amor platónico? ¿Existe de verdad el amor platónico correspondido?

2 comentarios:

  1. ¡¡SALSEO!!
    Qué clásico lo de "los de la clase de al lado son los rivales". Nosotros teníamos muchísimo pique con ellos, que a demás nosotros eramos el grupo A y muchos atacaban al otro grupo (el B, de nada por la aclaración) recurriendo a la original y nada explotada frase de "¡B de burro!".

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    1. ¡Sí, eso de las clases rivales era todo un clásico en el colegio! ¡Todavía recuerdo los numerosos piques que teníamos con ellos, sobretodo en los recreos y en los juegos de educación física!

      La mayoría de los cursos del colegio fuimos del B, menos los dos últimos años, que intercambiamos la letra con los del otro grupo y pasamos al A (seguramente porque éramos mejores xD)
      ¡Oye, esa frase de "¡B de burro!" es muy divertida e ingeniosa! ¡Me hubiera gustado decírsela a alguien del otro grupo cuando peque! xD

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