domingo, 19 de octubre de 2014

Crónicas de un amor platónico (parte 9)


Es increíble cómo, de un año a otro, las cosas pueden cambiar de una forma sorprendentemente inesperada. Tal el así que, cuando lo imagino, me cuesta mucho admitirlo: sencillamente no puedo creerlo. ¿Cómo es posible que todo un mundo que yo conocía cambie tan repente, y en un abrir y cerrar de ojos, como nada?

Me asusta conocer que me encuentro en un lugar totalmente diferente al que recuerdo, pero me aterra todavía más no poder contar con las personas a las que creía cercanas a mi lado.

Dejando a un lado mi vida académica como estudiante, que sigue siendo normal dentro de unos márgenes habituales a como antes (estudio mucho, tengo problemas con algunas asignaturas, recibo ayuda de mis padres, mi hermano mayor y compañeros, y asisto a clases particulares, entre otras cosas), mi vida social, al contrario, se ve notablemente mermada.

A pesar de estar en clases separadas, mis amigos del colegio y yo seguimos viéndonos en los recreos, y comemos juntos tal y como solíamos hacerlo antes. Sin embargo, algo pasa entre nosotros que las relaciones ya no son las mismas. Estando en el instituto, en medio de tantos adolescentes y gente instruyéndose como personas adultas, nuestras mentalidades también empiezan a cambiar, Dichos cambios comienzan a desarrollar y a madurar nuevos gustos y opiniones, nuevas visiones, nuevas perspectivas, y sobretodo nuevas metas, las cuales chocan inevitablemente en el círculo de amistades.

Pasa muy poco tiempo desde el inicio del curso hasta que nos damos cuenta, los unos a los otros, de que ya no somos como antes. Mientras que unos aún mantienen y conservan los mismos gustos y aficiones que en el colegio, otros rechazan lo que eran y lo califican de "infantil", dejando claro que están dispuestos a empezar a madurar y a dejar de ser niños. Esto desemboca en algunas pequeñas riñas y disputas, que acaban en el rechazo y completo abandono del resto. A ello hay que sumarle las distancias del no compartir horas juntos en clase y fuera de ella, ni tampoco de reírnos de las mismas bromas que hacíamos antes.

De esta forma, separados no solo por distintas clases, sino también por distintas mentalidades y personalidades, acompañadas de nuevas amistades a nuestro alrededor acordes con lo que queremos ser, el antiguo grupo de amigos inseparables del colegio se disuelve definitivamente para siempre.

Dos de mis mejores amigos chicos del colegio no están conmigo: uno de ellos repite curso y se queda un año más en el colegio, y el otro va a parar a un instituto diferente. El tercero está en una clase distinta a la mía, y es el primero que afirma no querer seguir siendo niño. Por lo tanto, ahora solo me queda una única amiga chica del grupo del colegio con la que me llevo bien y comparto gustos y aficiones, y la única persona con la que me siento cómodo en estos momentos.

Estando en mi nueva clase, por primera vez en mi vida me siento solo, al no tener al grupo de amigos con el que solía estar. Los preadolescentes que me acompañan cada mañana son tan locos e inmaduros que a cada rato cometen alguna bochornosa locura, o deleitan al resto de compañeros con actos y escenas obscenas, típicas de cualquier adolescente pervertido y en plena época de pubertad. Por primera vez descubro que no solo los chicos son pervertidos, sino también las chicas. Por primera vez, veo caerse abajo el estereotipo de que las chicas son más finas y decentemente educadas, y compruebo con mis propios ojos que ellas también pueden llegar a ser igual de guarras.

En medio de semejante y vergonzoso panorama me siento solo, al no compartir con los demás esa clase de bromas y juegos depravados. A excepción de algunos chicos y chicas contados, parece que la gran mayoría se divierte solo de esa forma, y a mí personalmente no me gusta nada. Aunque sí es cierto que a veces se pasan y no puedo evitar reírme, en realidad no es propio de mí hacer ese tipo de cosas. No me sale de dentro por naturaleza o personalidad.

De esta forma, dedico el tiempo a estudiar y a hacer mi trabajo sin molestar a nadie, ajeno a las personas que me rodean. Como he oído decir tantas incontables veces: "Mejor estar solo que mal acompañado".

Sin embargo, y aún a pesar de no estar en la misma clase, no dejo de seguir pensando en Érika. Esa chica, a la que conocí a temprana edad en el colegio y me robó el corazón con un simple beso en la mejilla, sigue estando muy presente en mi memoria. Mis sentimientos siguen siendo los mismos desde el día en que me enamoré de ella, y ahora que no puedo verla a cada rato en clase me doy cuenta de que la echo de menos: mucho más de lo que realmente imaginaba.

Por suerte, no pasa ni un solo día en que no la vea, ya sea en los pasillos como en los recreos, y agradezco profundamente esos breves instantes. Siempre que me ve todavía se acuerda de mí, y me saluda jovial y alegremente, moviendo una mano. En su animado rostro siempre se dibuja una sonrisa, de cuyos labios y boca pronuncia mi nombre con un "¡Hola Edu!" como si aún estuviéramos en la misma clase y nada hubiera cambiado.

Por supuesto, yo le devuelvo el saludo tímidamente, y también moviendo una mano. Sonrío inconscientemente cuando ella me sonríe, y luego desviamos nuestras miradas para continuar cada uno por su propio camino. Desde el momento en que nos separamos y ella se aleja, no puedo evitar volver la cabeza en su dirección, y seguirla con la mirada hasta verla desaparecer entre la marea de alumnos que nos rodea.

Suspiro cada vez que desaparece, ya que su presencia y saludos son lo único que me consuela en estos momentos. Incluso he llegado a querer colarme en su clase solo para poder verla, igual que antes. Ella es una de las pocas personas por las que me gusta ir al instituto, y también la razón por la que sigo estudiando, porque quizá es probable que volvamos a coincidir en una misma clase durante los próximos años.

Me aferro a esa esperanza, deseando que tal vez ocurra en el futuro, y cada vez que la veo marchar me entristezco pensando en lo mucho que la echo de menos. Pero, al mismo tiempo, otra serie de preguntas también me vienen a la cabeza, y que curiosamente me hago sin pensarlo,

¿Echará de menos Érika el colegio? ¿A nuestros antiguos amigos y maestros? ¿Nuestro mundo recién perdido? ¿Me echará de menos a mí?

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