viernes, 14 de noviembre de 2014

Crónicas de un amor platónico (parte 10)


Los días pasan, al igual que las semanas y los meses. Todo el tiempo transcurre de una manera sorprendentemente normal, sin grandes cambios ni eventos o acontecimientos importantes a destacar. Mi vida escolar continua de forma habitual como lo ha hecho siempre desde años atrás: la rutina diaria de cada mañana para ir a clases, las tardes de estudio y deberes, algún rato libre para despejar la cabeza, y a continuación llega la hora de cenar e irse a dormir. Cada día se repite a menudo con la misma rutina y los mismos quehaceres de la vida de un estudiante corriente, salvo por pequeñas excepciones diarias que rompen con la monotonía habitual.

Una de esas excepciones ocurre a veces y solo por la mañana, en horario de clase, y que me cambian el día por completo, haciéndome ver la vida de otro color y de otra forma completamente distinta. En esas excepciones sonrío de inmensa alegría y felicidad, y no puedo evitar sentirme feliz para el resto del día. Son esas pequeñas excepciones las que deseo que ocurran cada día en el instituto, porque me hacen afrontarlo todo con gran alegría y optimismo.

Me sorprendo del tremendo cambio que he dado últimamente con respecto a mis sentimientos. No me asusto porque sé que siguen siendo los mismos, pero sí descubro con gran asombro que han evolucionado. Lo noto por dos grandes razones. La primera; si antes pensaba a menudo en Érika, ahora lo hago continuamente mucho más; y la segunda, que he empezado a preocuparme por mi aspecto físico, cuidando peinarme y mantenerme decentemente guapo cada vez que me ve. Esto implica de igual manera mirarme bien en el espejo cuando tengo ocasión, y comprobar que mi aspecto es el que me gustaría para llamar la atención de alguien.

Mis partes favoritas de la mañana en el instituto son: la entrada, el recreo y la salida. Si bien las tres son distintas y se ven de diferente manera emocional, en todas ellas casi siempre tengo la posibilidad de ver a Érika. Cada vez que puedo la contemplo durante unos largos minutos, cuando no me ve, o durante unos escasos segundos cuando sí me ve, en los que sigo con la misma vieja costumbre de girar la cabeza y fingir que miro hacia otro lado. Solo que, ahora por desarrollo emocional de la preadolescencia, además de eso echo a andar y a alejarme de ella. A veces incluso, de forma notablemente descarada.

Y es que no tardo mucho en descubrir, totalmente perplejo, que ahora noto que sí me importa cómo me vea Érika. Antes no lo hacía, pero ahora sí me preocupo por todo ante la presencia de ella: desde la ropa que me pongo, hasta el peinado que me hago, pasando incluso por los gestos que hago o la forma de hablar y de dirigirme a ella en persona. Me preocupa todo, pero absolutamente todo, lo que concierne a Érika y a mi aspecto físico y personal. He empezado a preocuparme por cómo me ve ella, y de cómo podría mejorar mi aspecto para llamarle la atención.

No soy consciente de que estos intentos por gustarle a una persona son inútiles, teniendo en cuenta que solo la veo un par de veces al día, y muchas veces quizá solo una. Esas contadas veces son, además, un par de segundos de comunicación visual, y luego se rompe. Se acaba de la misma forma que lo hace un suspiro, en un abrir y cerrar de ojos.

Sin embargo, es precisamente por esos breves instantes por lo que trato de ponerme guapo, disimuladamente y cuando nadie me ve. Llamar la atención de cierta persona es una de las razones, además de mis estudios, por las que voy al instituto. Ver a esa chica en concreto aunque solo sea un par de segundos, y no a ninguna otra persona en especial, se ha convertido en uno de mis principales y más animados motivos por los que convivo diariamente con la gente de mi centro.

La mayor parte del tiempo, cuando estoy en clase mirando la pizarra y a la vez la ventana, pienso en Érika, y en lo que estará haciendo ahora. También miro el reloj y cuento los minutos que faltan para que acabe la clase y salir al pasillo, lugar donde a veces suelo encontrarla. Incluso cuando me acerco a mi taquilla para guardar o sacar algo, no puedo evitar mirar la de ella, un poco más lejos y a la vista de la mía. Aunque a veces por casualidad la vea empleándola y otras no, lo cierto es que siempre dirijo la mirada inconscientemente a su posición, como una costumbre habitual y que hago todos los días.

Y en lo que respecta a Érika, ella sigue siendo igual a como la recuerdo del colegio. Siempre que la veo lleva una sonrisa dibujada en la cara, y se ríe estando rodeada de sus amigos y amigas, algunos del colegio y otros nuevos de este año. Me encanta que se acuerde de las viejas amistades y compañeros de clase, ya que, cada vez que ve a alguien del colegio, lo saluda y sonríe, como si todo siguiera igual que antes. Parece no olvidarse de nadie que haya pasado por su vida, y eso es algo que me gusta mucho de ella.

Pero sin embargo, el momento que más me gusta de todos y con diferencia, es la hora de salida del instituto. Desde el momento en que suena el timbre y todos dan por acabada la jornada escolar, yo sonrío interiormente mientras recojo los libros y el material. Cuando guardo todo en mi mochila, salgo apresuradamente detrás de mis compañeros de clase, y camino con mucho gusto bajando las escaleras y atravesando los pasillos del centro.

Una vez fuera, cuando cruzo la gran puerta abierta, cambio de repente la marcha y ando despacio, aparentando tranquilidad y serenidad. Durante mi camino me encuentro con la madre o el padre de Érika, que la está esperando dentro o fuera del coche a su llegada. A veces se acuerda de mí y me saluda y otras no lo hace, pero para mí eso es lo de menos. Aún así, siempre sonrío cada vez que la veo abrazar y besar a uno de sus padres.

El verdadero saludo que me importa es el de ella, a quien a veces espero sentado en el muro cerca del camino, fingiendo esperar a alguien, o casualmente la pillo llegando al coche. La mayoría de las veces consigue verme, y me saluda y sonríe con su típico "¡Adiós Edu!" mientras continúa su camino. Las veces que no me ve, o simplemente lo hace pero me ignora por cualquier razón que desconozco, me deprimo y entristezco un poco.

Ése es mi momento favorito del instituto y, si me saluda, mi momento favorito del día. El que espero siempre cada día cuando me acuesto y me levanto de la cama, y el único capaz de dejarme una sonrisa de felicidad marcada para el resto del día.

Porque son esas pequeñas excepciones las que me cambian el día por completo, haciéndome ver la vida de otro color y de otra forma completamente distinta. Esos pequeños instantes inolvidables. Esos pequeños momentos, insignificantes a primera vista pero increíblemente valiosos para mí, que hacen que me enamore cada día más de Érika.

No hay comentarios:

Publicar un comentario